La historia del cigarrillo es fascinante y mortífera. Una vez conoces su gestación hace poco más de un siglo y su fulgurante expansión planetaria posterior es imposible volver a mirar igual a este artefacto moderno de consumo de masas que, por situarnos, ha matado a más gente que las dos grandes guerras mundiales juntas. Sigue haciéndolo, a razón de 7 millones al año, de los cuales unos 6 millones son fumadores y casi otro millón, no fumadores expuestos a su humo. ¿En Canarias? Unas 200 personas le deben su adiós a este mundo ¡cada mes!
Entiéndase bien lo siguiente: el abajo firmante mira con lástima a las personas fumadoras, pero no por prepotencia o condescendencia, sino por saberlas víctimas de una adicción complejísima (les iría genial ayuda, que la hay y gratuita; razón en el 012). Las personas fumadoras son presas de una de las principales amenazas que hemos enfrentado (Organización Mundial de la Salud dixit), cimentada sobre ciencia corrupta, gobiernos incapaces y consumidores de todo sexo y edad inermes ante el mayor derroche de mercadotecnia que ha visto el ser humano.

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