Sus Majestades de Oriente: el año pasado por estas fechas ultimaba mi particular carta de Reyes, que a través de internet viajó entre no pocas personas. Pero está claro que no llegó a sus destinatarios reales, pues nada se ha cumplido. La decepción ha sido mayúscula. Así que este año la repito sin cambiar una coma. No pienso molestarme en reescribirla, aquí está. La situación sigue tal cual; bueno, miento, realmente se ha puesto (nos la han puesto) más cruda. Ah, va sobre la salud de mis conciudadanos, especialmente la de los niños, esos cuya esperanza de vida ya no está tan claro que vaya a ser mayor que la de sus progenitores… Tela, ¿eh?
No obstante, no permitiré que el pesismismo inunde estas líneas. Hay esperanza. Dijo Víctor Hugo que nada detiene una idea cuya hora ha llegado. Y creo que esta hora está llegando: desde muchos flancos hay gentes avivando este presentimiento: sanitarios, divulgadores, técnicos de las administraciones públicas, incluso un número creciente de políticos, entidades socioculturales, periodistas, Margaret Chan… Sólo falta que se una con decisión a este envite la parte fundamental: los padres y madres.

Muchos hemos olvidado que somos responsables capitales de la educación de nuestros hijos, hemos hecho dejación de funciones y, en el colmo de la confusión, hemos acabado exigiendo cosas absurdas a la escuela, a los maestros, a los monitores de las clases de baile, a la pediatra y hasta a los concejales de festejos.
Ya es hora de espabilar, que literalmente significa limpiar el pabilo de una mecha, para que prenda y caliente. Queridos padres, ya es hora de levantar la mirada y ocuparse de nuestro deber fundamental: dar amor y procurar que no se extinga, para lo cual hay que luchar contra muchas fuerzas aparentemente amigas cuya misión fundamental no es nuestro bienestar sino sus cuentas de resultados. Y para eso es imprescindible interesarse, preguntar, aprender, transmitir…
En fin, queridos Reyes Magos, gracias por soportar este desahogo. No les pido nada. Si acaso un poco de la ilusión necesaria para no descuidar la «raíz que debo a mis viejos / a mis hijos y a los besos / que me guardo y que no di». Porque como canta Pedro Guerra, «¿sin esa raíz / qué será»?
Por Félix A. Morales,
Salud y suerte.
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