Queridos Reyes Magos, el balcón de la publicidad alimentaria al que se asoman los niños no tiene barandilla ni suelo

Queridos Reyes Magos, seré todo lo breve que pueda. Siento volver a insistir con la cuestión acuciante sobre la que les ponía al tanto en vísperas de eneros anteriores (2016 y 2018), pues nada ha cambiado; al contrario, la infancia sigue expuesta a una inmerecida presión de la potente industria de los productos alimentarios insanos, debido al sostenimiento gubernamental de las inservibles reglas de juego marcadas en España.

De entonces a esta parte, he seguido intentándolo: investigando acorde a lo que mis entendederas (y, en algún caso, las de espléndidos referentes científicos tornados en insospechados compañeros) y mi tiempo me han permitido. Y los resultados vuelven a manifestarse tozudos, absurdos, tristísimos.

Los resumiremos robando y complementando la atinadísima metáfora utilizada al efecto por un ciudadano ejemplar llamado Julio Basulto en el ínterin de mi última misiva a SS. MM. y ésta de hoy, en hablando de infancia y salud pública: el rutilante balcón de la publicidad alimentaria al que se asoman los niños no tiene barandilla, pero tampoco suelo*.

Mi último deseo es inoportunarles con ingenuidades, estimados Reyes Magos, así que aquí acabo. Entretanto seguiré esperando expectante un regalo que no ha de llegar de Oriente sino del Boletín Oficial del Estado, cuando sus señorías parlamentarias se dignen a suscribir una regulación que proteja a quienes más lo merecen, a quienes más lo necesitan.

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Salud y suerte.

Por Félix A. Morales,

* Aquí observamos que ¡todos! los productos alimentarios analizados eran «no saludables», según el modelo propuesto (y desoído) de la Organización Mundial de la Salud y que el 73,9% de sus anuncios (¡casi todos!) incumplieron alguna norma del vigente (e irrisorio) código PAOS; aquí, que si España adoptase un modelo de etiquetado frontal en los envases alimentarios los compradores podríamos darnos cuenta de que los productos promocionados para los niños son lo último de la baraja; y de este otro colegimos los semáforos en rojo que cada día se ‘comen’ nuestros hijos.

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