Hace unos meses recibía un amable correo electrónico de una alumna del Grado de Comunicación Publicitaria de la Universidad Europea de Canarias, Cristina Pascual, solicitándome una pequeña entrevista sobre cuestiones relacionadas con el consumo alimentario y la salud pública (a las que he dedicado no poco tiempo de estudio), como parte de su proceso de documentación para la realización de su Trabajo Final de Grado.
Pues bien, Cristina ya ha presentado su trabajo, titulado ‘La publicidad engañosa en el packaging de los productos alimenticios’, con una magnífica calificación; y, con su visto bueno, he decidido publicar en el blog el cuestionario que me planteó en su día. Allá va.
¿Crees que los consumidores conocen lo que es sano y lo que no?
Si lo vemos desde el punto de vista de la conformación actual de nuestra cesta de la compra, se diría que no; sin embargo, sería una conclusión precipitada.
Desde hace algunas décadas en nuestra cesta de la compra están perdiendo protagonismo paulatinamente los alimentos frescos en detrimento de los productos procesados y ultraprocesados. La cuestión es saber qué factores influyen en las decisiones de los consumidores, y la respuesta es que influyen muchos.
Los cuatro elementos básicos que postulan que un alimento sea o no elegible (disponibilidad, accesibilidad, precio y el propio producto) esconden tras de sí cuestiones de mayor calado como los ingresos disponibles, situaciones de vulnerabilidad social, nivel educativo, desigualdades, políticas alimentarias, marco político, etc.
En definitiva, sepamos o no qué es más o menos sano, lo relevante es que nuestra decisión está más influenciada de antemano de lo que nos gustaría reconocer o de lo que alcanzamos a comprender.

¿Crees que la industria alimentaria ha influido en esto? ¿Cómo?
Obviamente. Es su papel, que es vender productos y no necesariamente velar por la salud de los consumidores; este hecho es especialmente observable en las grandes corporaciones transnacionales que se deben a sus consejos de administración.
Pueden influir de varias maneras, una de ellas es a través del marketing de sus productos (publicidad, presentación, envasado, patrocinios) que, en teoría, está sujeto a las normas que marque cada país donde opere dicha industria, en unos más laxas que en otros, y en todo caso no muy eficaces desde el punto de vista de la defensa de los intereses de los consumidores, sobre todo los niños (hecho más que probado por la literatura científica).
De otro, también influye a través de su función de lobby o de grupos de presión, con objeto de minimizar o evitar medidas que vayan contra su modelo de negocio (véase la oposición feroz a los impuestos a las bebidas azucaradas o a los sistemas de etiquetado frontal desarrollados de manera ajena a dicha industria); o creando su propio cuerpo de conocimiento científico, cuyos resultados, mayoritaria y lógicamente, reman a favor de sus intereses.
Esto último no debería ser reprochable per se, si no fuera porque no pocas veces permanecen opacas las fuentes de financiación de dichos estudios o los conflictos de intereses de algunos de los científicos que los llevan a cabo, además de que los estudios independientes no suelen llegar a las mismas conclusiones.
Al campo fascinante de los Determinantes Sociales de la Salud se le ha venido a sumar en los últimos tiempos el no menos fascinante de los Determinantes Comerciales de la Salud: bajo este paraguas de conocimiento, creciente y asombroso, se enmarcaría esto de que hablamos.
¿Cómo está de informado el consumidor actualmente sobre los productos que realmente compra?
En base a mi experiencia formativa en Canarias acerca de los intríngulis de nuestra cesta de la compra y su relación con la salud, diría que estamos bastante desinformados, hasta el punto de que no conocemos (porque nadie nunca nos las ha explicado) las reglas de juego fundamentales del mundo de los productos.
¿Crees que se respeta la publicidad y las herramientas del marketing en los productos alimenticios?
En España, la publicidad alimentaria dirigida a menores (que es el ámbito en el que investigo) es co-regulada: se basa en un código voluntario creado en origen por la propia industria. Este sistema es ineficaz por naturaleza, como se ha demostrado meridianamente. En primer lugar, porque no tiene en cuenta en absoluto el contenido o la calidad nutricional de los productos publicitados a los menores, lo que obvia la recomendación mundial número 1 de la Organización Mundial de la Salud en esta materia; es decir, el sistema está viciado de fábrica.
Y de otro lado, cuando se analiza el grado de cumplimiento de las normas vigentes, laxas y en algunos aspectos irrisorias, varios trabajos han identificado que se vulneran en su mayor parte. Personalmente, he participado como primer autor en una reciente investigación (en proceso de revisión para su publicación) con relevantes investigadores de nuestro país en salud pública y hemos corroborado largamente este hecho, lo cual nos deja un panorama desalentador para la defensa de los derechos e intereses de los menores.
¿Cuál es tu opinión sobre el Semáforo Nutricional/Nutriscore?
Lo conozco muy bien, porque he estudiado y utilizado este tipo de modelos en varios trabajos académicos, uno recién concluido. El Semáforo Nutricional original es el británico, nacido en 2007 y hoy presente en la mayoría de productos de Reino Unido, el cual da una lectura separada por nutrientes.
El modelo Nutri-Score, a su vez, está desarrollado por investigadores franceses (en base a otro sistema de nutrientes británico, el que se usa para regular su publicidad alimentaria) y lo relevante es que sintetiza en un color y una letra la calidad global del producto, de forma que el consumidor no tiene que considerar varios componentes sino un solo valor final, que le habla de la calidad nutricional de dicho producto. Como cualquier sistema, no es perfecto, pero sí creo que es necesario un sistema de etiquetado de estas características.
Al respecto, estoy plenamente de acuerdo con la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, que ha manifestado su apoyo a que se implante en España, pero con varias salvedades: que sea obligatorio, que no se aplique a productos de un solo ingrediente o de uso culinario (no tiene sentido aplicarlo al aceite de oliva o la leche, por ejemplo) y que se consideren algunos cambios en su algoritmo para que no haya una ventaja indebida por parte de productos edulcorados o que hagan uso de potenciadores de sabor (simplemente porque no se asocian a patrones de consumo saludables).
¿Qué opinas de que en España se lleve a cabo la idea de implementar un semáforo nutricional con la participación de empresas de la industria alimentaria como; Mondelez, Nestlé, PepsiCo, Coca-Cola y Unilever?
Opino lo mismo que Margaret Chan, quien fuera directora general de la OMS entre 2007 y 2017: cuando una industria se inmiscuye en el desarrollo de políticas de salud pública hará lo posible porque salgan adelante las que menos afecten a sus negocios, lo cual suele ser sinónimo de las que menos benefician a la ciudadanía. Una industria, la que sea, no debe adoptar ninguna medida que tenga que ver con la salud pública, porque éste es un ámbito que las supera al afectar a un derecho fundamental de las personas, el derecho a la salud.
El semáforo de la industria bebe de este modelo; incluso alguna multinacional inicialmente implicada se salió de la entente, aludiendo a la falta de credibilidad del asunto. Quien tiene que intervenir es la Unión Europea, adoptando un modelo común y eficaz para toda Europa, ajeno a injerencias de la industria; y si no, cada país también puede hacerlo. Sobre esta cuestión hay plena efervescencia planetaria, lo que nos da una idea de dos cosas: de que no es baladí el asunto y de que los problemas de salud derivados de los patrones de consumo alimentario hegemónicos no se pueden ignorar por más tiempo.
Y de camino, que la UE cierre el boquete normativo de más de una década de retraso en concluir la regulación de las declaraciones nutricionales y de salud, que está permitiendo un auténtico fraude a los consumidores, pues lucen dichos reclamos productos globalmente insanos que, en puridad, no deberían. Ésta es otra de esas aristas de la compleja realidad del consumo alimentario.
¿Crees que España debería cambiar las normativas en sus envases? ¿Deberían ser más/menos estrictos? ¿Por qué?
Al hilo de la respuesta anterior, España debe defender que prevalezca la salud pública. No se trata de ser estrictos sino de defender los derechos de los consumidores, especialmente de aquellos vulnerables, como son los menores.
Habría dos campos que abordar ineludiblemente: la regulación de la publicidad alimentaria dirigida a menores y luchar porque el etiquetado facilite una elección informada y saludable por parte de la ciudadanía; y luego otras muchas medidas que también se precisan.
[Y hasta aquí las cuestiones planteadas por Cristina y mis reflexiones al respecto]
Por Félix A. Morales,
Salud y suerte.